martes, 12 de junio de 2018

KOI

En mayo fui a la Feria del Libro. Voy todos los años. Cuando puedo ir un solo día, voy lo más temprano posible y no salgo hasta que no doy más de tanto caminar. Años atrás buscaba libros sobre cocina o artesanías. Ahora lo que más busco son libros sobre autismo. He visto tantos que a esta altura ya puedo hacer una clasificación:

Libros sobre TEA escritos por médicos. El problema de estos es que parecen escritos para ser leídos solo por otros médicos. A veces son tan difíciles de entender como si estuvieran escritos a mano con esa letra ilegible como la de sus recetas.

Libros sobre TEA escritos por docentes. Tienen el mismo problema que los anteriores. Parecen escritos para ser leídos sólo por otros docentes. Yo tengo título de docente, pero como nunca ejercí siento que no pertenezco a ese grupo. 

Libros escritos por madres o padres de personas con TEA. Aquí es donde me siento más identificada. A veces los disfruto, a veces no. 

Libros escritos por personas dentro del espectro. De esta categoría por ahora solo leí La razón por la que salto. Todavía tengo pendientes los de Temple Grandin. 

Pero falta una categoría más, y sería literatura de la buena. Esa que te hace reír, llorar, emocionar, querer terminar el libro rápido, y después lamentar que no te duró un poquito más. Y más tarde retomar el libro y volverlo a leer para disfrutarlo una vez más. En esta categoría entra Koi, de Ezequiel Dellutri.  Koi es un libro que se disfruta con todos los sentidos. Hay que leerlo, escucharlo, saborearlo y sentirlo en la piel como un día de sol. 

Al leer Koi sentí que el autor me estaba haciendo un regalo de esos que te tocan el alma. Y como los regalos hay que agradecerlos, le escribí cuando terminé de leerlo. Ezequiel me respondió y me ofreció contarme como fue el proceso de escribir el libro y el personaje de Julián. (¿Queda mal decir que tuve ganas de gritar como fan en un recital de rock? Bueno, hagan de cuenta que no lo dije. La gente que admiro a veces me provoca eso). Les comparto el segundo regalo de Ezequiel: Mis días con Julián.  


Mis días con Julián
Ezequiel Dellutri

Cómo hice para escribir sobre un personaje con autismo

Me acerco a los personajes como me acerco a las personas: de a poco, observándolas, pensándolas, tratando de comprender no lo que hacen, sino por qué lo hacen. Soy de los que se sienten incómodos frente a quienes no conocen; necesito con desesperación vislumbrar el mecanismo que mueve a cada persona: en qué se contradice, cómo se ve a sí mismo y cómo es en realidad. Entender a quienes me rodean y sobre todo a mí mismo, es una de mis grandes obsesiones.

Pocas certezas he obtenido en la tarea de descubrir quién es el otro, pero una destaca por su obviedad: cada persona es un desafío diferente. Lo que me fascina del ser humano es su profunda divergencia. Muchos estudian lo que tenemos en común; lo que nos diferencia, en cambio, es tan desmesurado e inabarcable que solo el arte puede abordarlo.

Cuando comencé a escribir Koi, tenía muy claro quién era Laura, la narradora y protagonista. A Julián, su hermano con autismo, lo descubrí a medida que lo escribía, de a poco, como si fuera una cebolla: cascara tras cáscara tras cáscara, tuve que aprender a conocerlo. Julián me hizo sufrir: su mundo de aislación no es una opción, sino una imposición. Quise comprenderlo a lo largo de toda la novela; hoy, a la distancia, me doy cuenta de que necesitaría una, dos, cien novelas más para acercarme apenas al complejo mundo de Julián.

No sé mucho sobre el autismo hoy; cuando terminé de escribir Koi no sabía nada: todo lo aprendí después. Tuve poco contacto con personas con autismo. Nadie me sirvió de modelo para crear al personaje, ni seguí ningún patrón, ni busqué información sobre el tema. No fue un acto de irresponsabilidad, sino una apuesta estética: Julián no iba a ser una taxonomía, una lista de características médicas o psicológicas, un estereotipo. Julián iba a ser una persona, con su carácter, con sus intereses, con sus limitaciones, con sus posibilidades. Para que fuera creíble, necesitaba poder acercarme a él con la simpleza con la que me acerco a cualquier persona, sin consultar un manual de instrucciones. Me cuidé mucho de no mencionar el trastorno de espectro autista en la novela; la palabra termina saliendo en cada conversación con los lectores y está bien, pero aun sintiendo que es positivo que la novela ayude a visibilizar el autismo, sigo creyendo que lo importante es que Julián sea visto como una persona.

En Julián me descubrí a mi mismo: mi lucha por relacionarme, por abrirme, por superar mis obsesiones. En Laura, encontré que las limitaciones del otro son en realidad un temible espejo de las nuestras. Julián me gritó en la cara algo difícil de asumir: que, si hay un problema, lo tengo yo o, en cualquier caso, lo tenemos los dos.

En los pocos meses que lleva la novela en la calle, me he encontrado con varias personas vinculadas de una u otra manera con el autismo. Padres, madres, abuelos, hermanos. Me produce una emoción profundísima saber que, para ellos, Julián palpita y vive. No puedo ni siquiera imaginar los desafíos que enfrentan cada día y aunque sé que Koi es una simplificación literaria de un asunto mucho más complejo, es una felicidad inesperada saber que la novela llega a los corazones de aquellos que conviven con sus propios, amados y personalísimos julianes. Porque al final, escribir no es otra cosa que ir al encuentro del otro y, ¿qué hay más lindo que te devuelvan el abrazo?

Muñiz, junio de 2018.


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